01 agosto 2006

¡Rasca, mamá!

Llevo días encerrado en mi casa. He dejado de ir al trabajo. Hasta que no pasaron tres jornadas completas no recibí una llamada que, por supuesto, no cogí. La luz del contestador parpadea sin cesar y cuando oscurece en mi rincón de la habitación, no puedo parar de mirar su rojo. Es curioso…, cuando llevas mirando un rato la luz, cierras los ojos y sigues viéndola, como si te hubieran arrancado los párpados. Pero hoy ha sonado tantas veces, que parecía que la luz iba a saltar del aparato, qué tontería… Lancé el teléfono contra la pared y un pequeño piloto me golpeó en la cara. Sin embargo, ya no me hace recordar que puedo arrancar mis párpados, y eso me tranquiliza.

Creo que fue hace una semana cuando tuve una visita inesperada. Mi ex novia pasaba cerca de casa, descolgó el móvil mientras se movía en su coche y se invitó a verme.

-Como quieras –dije con desgana. De todas maneras, iba a hacer lo que quisiera.

Siempre me ha repateado la gente que no cuenta contigo cuando te incluye en sus planes. Esos que descuelgan el teléfono y te preguntan dónde andas y, a continuación, espetan -sin esperar respuesta- que se presentarán allí mismo en un momento.

Saqué una bolsa que guardaba en el armario desde hacía meses. Al abrirla me sacudió una profunda angustia, un olor a suavizante que se mezclaba con humedad. Sin embargo, no pude dejar de meter la mano dentro para ver de qué se trataba. Una toalla, un cepillo de dientes y un par de discos compactos.

Subió a casa con su viejo par de llaves, sin dignarse siquiera a llamar al timbre y me descubrió tocando sus cosas. Sólo me miró, se acercó rauda –siempre atareada, siempre con prisas- y dejó caer sus labios en mi mejilla. No follamos. Aquella fase en la que la pareja se acaba de romper y se mata a polvos ya pasó hacía tiempo. Creo que ni tan siquiera sentíamos ya ninguna atracción el uno por el otro. Se sentó al borde de la cama y criticó el desorden general. Pensé que lo mejor sería dejar que se explayase, no entrar en confrontaciones, que expusiera todas sus ideas y se largase por donde había venido, con su bolsa. No habían pasado ni cinco minutos y ya me estaba contando con detalle las dos relaciones que mantenía al unísono. Creo que yo sonreía mientras empezaba a salivar. Tuve que ir al baño en mitad de uno de sus apasionantes relatos. Me parece que le dio igual, no paraba de rajar mientras yo dejaba soltar mi angustia sobre el váter. Enjuagué mi boca y mojé mi cara. Cuando levanté la vista me di cuenta de que llevaba un rato callada; permanecía detrás de mí, manteniendo su seria mirada clavada en mis ojos acuosos.

-¿Te encuentras bien?
-No te preocupes, creo que la comida me sent…
-Bien, entonces me marcho. Me alegro mucho de haberte visto.

Se giró dándome la espalda y creo que por primera vez tuve ganas de golpear su cabeza contra el suelo. En lugar de eso, recogí la bolsa.

-Sí, claro. yo también me alegro.
-Vale, de todas formas, te dejo las llaves, ya no las voy a necesitar más. ¿Ésa es mi bolsa?
-Sí, échale un vistazo, tiene una toalla y un par de cosas más…

Sacó la toalla.

-Por Dios, esta toalla huele que apesta. ¡Y no es mía!
-¿Cómo que no es tuya?
-No es mía. No sé a qué clase de gente traes a casa, que van dejando sus toallas por aquí, pero te aseguro que NO-ES-MÍA –deletreó alto y claro.
-De acuerdo, ya se me ocurrirá qué hacer con ella, ten la bolsa.
-Tírala a la puta basura, huele a moho.

Me dio un beso rozándome los labios y prometió que me llamaría pronto para tomar algo. Me quedé de pie sosteniendo la dichosa toalla. Sólo era una toalla, qué más daba… La eché al cesto de la ropa sucia, pero estaba tan lleno, que asomaba entre camisas, calcetines y calzoncillos.

Aquella noche no podía pegar ojo intentando recordar quién había pasado por casa… Yo no soy una persona sociable. Desde que no mantengo una relación estable, sólo ha venido una mujer a casa, una prostituta a la que no me pude follar porque estaba tan borracho que no lograba mantener una erección durante más de diez segundos seguidos. Follar así es muy difícil. Aquella puta no trajo ninguna toalla. ¿Entonces? Me levanté de la cama, encendí un cigarro y abrí la ventana para que se aireara el ambiente cargado. Un gato en celo llenaba el callejón de al lado con sus quejidos. Alguien lanzó algo contra los cubos de basura, creo que desde una ventana, y un par de gatos salieron de entre las bolsas, maullando como posesos sin saber dónde esconderse. Lancé la colilla por la ventana y me senté en el sillón. La puerta del baño estaba abierta y desde mi sitio podía oler la ropa sucia del cesto, pero sobre todo esa mezcla entre suavizante y humedad, moho… Me mojé la cara y recogí la toalla del cesto, secándome con ella. Lijó mi cara. Aquella toalla estaba limpia, pero apestaba. Raspaba mi cara pero olía a suavizante. Quise lanzarla por la ventana pero caí sobre la cama abrazado a ella, sacudiendo mi polla contra su dura tela. Las sacudidas fueron tan violentas que llené mi mano de sangre; era demasiado tarde para parar, cuando mi mano se detuvo en el glande, recibí una última convulsión que lanzó fuera de mí una tremenda eyaculación. Cerré mis ojos y no sé por qué, se me llenaron de lágrimas.

Cuando desperté era mediodía, las lágrimas de mi cara se habían transformado en legañas, y la toalla estaba pegada en mi flácido pene; la sangre y el semen se mezclaban con su color rosa. Despegué la tela despacio, pero aquello dolía. Arrojé la toalla al suelo, me escupí en las heridas de la polla y pensé en lavarme pero entonces sonó el teléfono. Una joven encuestadora habló durante más de un minuto sin preguntarme una sola cosa. Quise ser descortés pero no pude. Respondí quince putas preguntas acerca de ergonomía y cuando me preguntó la edad, me explicó que si no pertenecía al perfil que buscaban… Y no sé qué mas, colgué el teléfono. Fue la última llamada que cogí.

Me senté en el suelo y pisé la toalla con los pies. Raspé mi piel y pegué una patada contra el suelo.

Al tercer día sin comer ni dormir más de quince minutos seguidos, empecé a sentirme inmerso en un sueño constante. Si me movía de una esquina de la habitación a la otra, lo hacía con la toalla enroscada en mi cuerpo desnudo. Me excitaba notar su tejido contra mi piel y yo lo apretaba más y más hasta que la sangre dejaba de circular. Cuando se me dormía algún miembro, lo pinchaba con una aguja, la sangre brotaba y yo no sentía nada, me parecía divertido. Después soltaba el torniquete y entonces sentía escozor. Corrí por un cuchillo, até mis testículos y sentí un dolor punzante en el estómago. Perdí el sentido.

Cuando desperté, mis vómitos habían llenado la toalla. Una deliciosa sensación de suciedad embriagaba mi ser. Ya no ataba mis miembros con la toalla, no era necesario, cortaba con el cuchillo, rajaba, jugaba con la punta…, pero ya no tenía que dormir mis miembros, porque los sentía completamente ausentes a mi cabeza. Mi pene no reaccionaba a mi excitación constante, mis reflejos no movían la pierna si clavaba en ella la punta del cuchillo o apagaba el cigarro contra mi pie…

Empecé a sentir absoluta felicidad por primera vez en mucho tiempo. Tenía todo lo que necesitaba entre mis cuatro paredes, no necesitaba de nadie, sólo de mi ausencia absoluta, mi nariz costrosa que estaba dejando de sentir la diferencia entre la podredumbre de mis basuras, mis propios excrementos o la toalla en la que se mezclaban mis flujos.

Había comprendido que aquella toalla no tenía dueño porque era YO el que le pertenecía.

3 comentarios:

Maik! dijo...

La próxima vez que nos juntemos en una fiesta, si llegamos a coincidir. Si por casualidad acabamos borrachos o algo parecido, recuerdame que hablemos de este post.

Anónimo dijo...

Vaya...


Flipo

mars dijo...

De rodillas me tiene, has sido la unica persona que ha logrado que fije la atencion en una sola cosa.
Amè el texto y creo que alcancè a percibir el olor de la toalla...
Un beso Da, mi primer platica via msn por la mañana

que tengas buen viaje