04 abril 2007

Aventuras en el Gran Hospital: I
(Mapplethorpe y la introducción de objetos en el cuerpo)

Debía correr el año 93. Sylvie pasaba la mitad de los días encerrada en la biblioteca del Reina Sofía y yo, de vez en cuando, iba a buscarla. Recuerdo que a la entrada te ponían una pegatina, como cuando entras en un plató de la tele. A mí me gustaba cotillear aquello, que era más su mundo que el mío, y salíamos de allí con carpetas llenas de fotocopias. Estoy seguro de que no siempre estaba manoseando aquel libro, pero recuerdo que, como si fuera un juguete recién encontrado, cuando yo llegaba, mirábamos entre sus páginas. Era un libro de fotos de Robert Mapplethorpe.

Entonces descubrí lo que a aquel tipo le gustaban las penetraciones, porque claro, uno con los años se entera de que sus fotos de flores también son populares pero lo que te llama la atención a tan tierna edad son las fotos de desnudos; especialmente las que recuerdo como trilogía de la penetración: una que ahora me resulta hasta simpática en la que el fotógrafo aparece introduciéndose el mango por el ano, quedando el látigo colgando, como si fuera su cola; la otra foto, un poco menos simpática –y que recuerdo como muy impactante- era “Helmut & Brooks”, un fist-fucking en toda regla; ahora bien, si se me quedó grabada una imagen del todo desagradable, aquella fue la de “Lou”, donde el dedo meñique de una mano se introducía en un pene. Esta última imagen servía para encogerme el escroto, y aunque no la comprendía, no podía dejar de observarla cada vez que daba con el libro en la biblioteca, porque esa foto no aparecía en los packs de postales del VIPs; supongo que tenía que ver con el morbo por lo macabro y desagradable, porque a mí aquello me parecía del todo terrible…, solo imaginar el escozor, el dolor, la dilatación… Hace unos quince años de aquello, cuando un día, sin comerlo ni beberlo, una enfermera me dice:

- Daniel, si no orinas te tenemos que poner una sonda.
- Muy bien –pienso yo-, ¿y eso es un tubito como el del suero, que me pondréis en el brazo?
- No, eso es un tubo que llega a la vejiga.

Aquí me empiezo a poner nervioso.

Comprendo y me acojono, porque aseguro que volver a ver aquella imagen después de quince años provocaba escozor. Me dieron un ultimátum, pero imaginad un cuerpo que casi no se puede mover, recién operado, rodeado de desconocidos y con una botella en la mano donde no sabe ni cómo se mete… Yo me estaba orinando. ¡Me meaba mucho!, es lo que suele ocurrir cuando pasas casi un día a base de suero; pero no podía soltar ni gota. Llegaron los trucos: dos vasos con agua y escuchar el dulce caer mientras tu vecino de cama escupe el pulmón a causa de la tos y en la otra punta un enfermera confunde al paciente de la 1 con un sordo y ofrece gratuitamente conversación a todo el hospital. Los vasos no funcionan. Una enfermera me recomienda poner hielo en la vejiga, así que me traen una lata y la caliento contra mi cuerpo; nada… Me cambian el suero y me avisan de que si a las 8 de la tarde no he podido orinar, me pondrán la sonda, tengo que expulsar la anestesia. Acojone.


Al ver mi cara, la enfermera se apiada de mí y me dice que entre dos personas me pueden sujetar de pie, sin moverme del sitio, para que me reincorpore a una posición un poco más “natural” para mear. En cuanto me pongo en vertical la boca se llena de líquidos, creo que voy a vomitar. No hay palangana cerca, así que me acercan una papelera en la que empiezo a escupir para vaciar la boca. Tiemblo un poco y cuando llega la palangana decido tumbarme. Tiro la toalla, lo que quiero es que pase ese momento.

Llegan tres enfermeras con unos tubos que daban miedo de lo largos que eran y pienso para mí (muy en broma, claro) que eso es imposible que entre por un agujerito tan pequeño… Se colocan los guantes delante de mí, destapan mis piernas dejando la sábana por encima de mi torso para que no vea la operación, y comienzan a discutir cómo sacar los tubos de su envoltorio… Cuando te van a introducir un tubito que parece de un metro de longitud por el orificio por donde sueltas pequeños y suaves chorritos de orín dorado, acojona, pero cuando además ves discutir a las enfermeras sobre cómo quitarle el plastiquito, aquello da terror. Con el flácido tubo en la mano, aplican no sé qué líquido (imagino que lubricante) y en un momento estás “entubado”. Realmente no es tan doloroso, es más bien impactante (mentira, duele bastante); supongo que mucho más impactante si miras, algo que no hice durante el día que estuve con aquello…, porque cuando pregunté si me lo quitarían si llenaba una bolsita, a modo de premio, una sonrisa cubrió sus caras.

- Quizá esta noche. O mañana.

Pero ¿cómo que mañana? ¡Si yo ya estaba meando! ¡Me querían dejar con eso toda la noche? Y vaya si me quedé con ello. Cuando tomé una postura medianamente apropiada, creo que no me moví hasta el día siguiente. Por la noche no pude pegar ojo, y cuando intentaba moverme, la gomita de la sonda, me tiraba del pelo de la pierna o me molestaba demasiado. Aquella agonía tenía que terminar tarde o temprano, y terminó tarde porque por allá pasaban las doctoras de los demás enfermos y a mí no me visitaba nadie. Creo que mi doctora se olvidó de mí, así que tras la queja maternal de una siempre cuidadosa madre, apareció allí y dio permiso para liberarme. Entonces, una enfermera se colocó a mi vera y comenzó a dirigir mi respiración.

- Ahora suelta el aire de golpe.

Y zas…, fuera… Al rato recuerdo que me atreví de nuevo a levantar la sábana para mirar debajo. Restos de pus reseco cubrían parte de mi pierna y unas gotas de sangre emergían de mi pene. Ahora tendría que ser bueno y hacer pipí solo o volverían con más tubos. Tenía que intentarlo, y lo logré, pero aquello escocía como en la peor de las cistitis. Casi ha pasado una semana y las molestias parecían haber remitido pero hoy vuelve a escocerme y hoy vuelvo a recordar aquella biblioteca. Mapplethorpe, ¿qué me has hecho?